Robo en la casa de Frías y del Castillo

El día 13 de octubre del 1873, ya anocheciendo, irrumpieron en Torre de Juan Abad un grupo de unos cincuenta jinetes carlistas, armados y enmascarados y comandados por el bandido de Mestanza conocido como "El Castor". Amenazaron a todos los vecinos para que se encerraran en sus casas y no salieran en toda la noche.

Entrada la noche y con el alcalde del pueblo, don Vicente Cortés Galán, al que los salteadores habían hecho prisionero, se dirigieron a la plaza de Don Pedro Medina, hoy Plaza del Parador, donde estaba la casa de don Juan, para que les abriera las puertas.

Entró gran número de los intrusos con las armas cargadas y tomaron la casa y exigieron que se les entregaran todos los objetos y el dinero en oro que don Juan tenía acumulado.
Don Juan negó poseer tal cantidad de oro y tras una fuerte discusión, abrió distintas puertas de habitaciones para que vieran que no existía el oro, incluso les ofreció dinero para que no insistieran, pero los asaltantes estaban tan seguros de su existencia que comenzaron a forzar cerraduras y candados, derribar paredes,... hasta que dieron con él. Había tal caudal de monedas que fueron necesarias nueve mulas para transportarlo (que robaron también) y en plena noche huyeron con el botín.

Debido al peso de la carga y las prisas de los ladrones, a primeras horas de la mañana aparecieron dos mulas cargadas de oro en las mediaciones del pueblo.

Don Juan dio ordenes a los sirvientes para que no opusieran resistencia y así evitar una auténtica masacre.

Después de desaparecer los ladrones, Don Juan preguntó a sus criados si habían mirado en los pellejos de chirros que tenían colgando del techo y que estaban llenos de monedas de oro, pero los criados le dijeron que no y tras comprobarlo Don Juan, cuentan que exclamó: "Seguimos siendo ricos, un poco menos, pero ricos".

Tras el robo, al verse hostigada por la guardia civil, la cuadrilla de "El Castor" decidió separarse. El Castor huyó a Mestanza a galope tendido con los civiles pisándole los talones. En el camino del puerto, se encontró con un pariente suyo, zapatero para más señas, que iba a Puertollano a comprar aperos. Al verse acorralado, decidió confiarle el botín para que lo guardara hasta su regreso. Finalmente, los guardias lograron apresarle en las afueras del pueblo y fue encerrado en el Penal de Cartagena.

En la soledad del calabozo, El Castor pasó el resto de su vida soñando con el tesoro que le aguardaba en su pueblo. El recuerdo de las monedas de oro hizo menos crudos sus días y más livianas sus noches. Muchos años después, ya viejo y enfermo, El Castor regresó a Mestanza. Nadie sabía nada del zapatero ni del tesoro. Desesperado, vagaba por las calles como un alma en pena, preguntándose que había sido de su tesoro. ¿Acaso había perdido su vida en una mazmorra lúgubre para nada? El abuelo de D.Santiago Buendía, que fue alcalde de Mestanza, contaba como una mañana, en la penumbra del alba, un hombre caritativo le entregó una soga y le dijo: “Aquí tienes tu tesoro”.

(Fuente: ciudadrealsagrada.blogspot.com | Juan Jiménez Ballesta - historiasdemestanza.com)

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